En mi época de estudiante una profesora nos planteo la siguiente pregunta: «¿Por qué imaginación e imagen son palabras con la misma raíz?» La respuesta, aunque de apariencia sencilla, posee un trasfondo mucho más amplio e interesante con el que las personas relacionadas con la creatividad se identificarán inmediatamente. “La imaginación se alimenta de imágenes”. Así de rotunda fue su respuesta.
Este debe ser el motivo por el que los Diseñadores de Interior, gráficos, arquitectos, músicos y demás profesionales similares, con frecuencia almacenamos montañas de revistas o publicaciones de todo tipo en las cuales hemos encontrado algo que atrae nuestra atención. Dibujos, bocetos, anotaciones, croquis, webs… Con el paso de los años la cantidad de información acumulada adquiere un tamaño considerable que incluso dificulta su orden y/o categorización.
La finalidad del Diógenes creativo, en mi caso, recordar algún motivo que ha generado una idea que podría encajar en un proyecto futuro, un posible detalle que se podría implementar con el tiempo, una pieza de mobiliario que me ha gustado, una entrevista interesante, etc.
Al término de las últimas vacaciones me dispuse a poner un poco de orden entre toda esa información física que he ido adquiriendo y generando a partes iguales durante los últimos años. Me he quedado sorprendido con la envergadura por lo que he tomado la decisión de replantearme el método.
He llegado a la conclusión de que esta práctica carece de lógica alguna, puesto que la gran mayoría de «ideas» almacenadas ya las he olvidado, otras muchas jamás las encontraría en el supuesto de que quisiera recuperarlas y en tercer lugar, el espacio físico que ocupan puede llegar a ser insostenible con el paso de los años.
Pensando en esto he recordado una entrevista a Noel Gallagher (el hermano “bueno” de Oasis) en la que le preguntaban sobre su método compositivo. Noel respondía que todas las noches componía una melodía muy básica, de la cual no tomaba ningún tipo de apunte, nota o grabación. Si a la mañana siguiente no la recordaba, no hacía esfuerzo alguno y la descartaba para nunca más retomarla. Si por el contrario esa melodía continuaba en su cabeza sabía que de ahí podría salir un hit y continuaba trabajando en ella hasta conseguir una canción completa.
Si una idea es buena la recordarás por mucho tiempo que pase. Además, si consigues recordarla es porque su simpleza te lo permite, por supuesto no dudo de tu inteligencia o memoria querido lector, pero hoy día la cantidad de información a la que estamos expuestos en ocasiones dificulta la capacidad de recuerdo.
Una buena idea que además destaca por simple es la base para alcanzar lo genial. Por todo lo expuesto me he decantado finalmente por el modelo Gallagher y en adelante dejaré de anotar y almacenar. Espero que mi cerebro actúe de filtro y tamiz, cribando aquellas ideas buenas que algún día quizá se conviertan en estupendas realidades.
Imagen bajo licencia CC de Rubén Chase en Flickr.
García Márquez decía hacer más o menos lo mismo que el señor Gallagher (y es una referencia mejor 😉 ).
Sin embargo, otros autores compulsivamente hacen anotaciones en sus libretas. Yo soy más de esos. Tomo notas, breves, y las subo a la nube (desde mucho antes de que se llamara nube). Cuando me encuentro al principio de un proceso de creación «exigente» me cojo esas notas y me las leo. A menudo encuentro ideas interesantísimas que hubiera perdido sin remedio de otra forma.
Supongo que en el fondo es una cuestión de método de trabajo personal…
Tienes razón Luis, el método es mucho más valorable viniendo de García Márquez, y probablemente anterior.
En cuanto al método en si quizá en el punto medio esté la eficiencia. En mi caso ya existía un impedimento físico que recordaba a un tal Diógenes.
Perdona por tardar tanto en contestar, se me había «traspapelado» el comentario.