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El mundo de la comunicación ha cambiado mucho en los últimos años. Pero aun a pesar de la aparición de las redes sociales, blogs y demás, me da la sensación de que la televisión sigue siendo el medio más influyente. Pocos medios poseen semejante capacidad adoctrinadora. Arquitectura, decoración, construcción y diseño en general son un buen ejemplo de ese poder de la “caja tonta” para lanzar una imagen sesgada sobre estas disciplinas tremendamente equivocada o, al menos, tergiversada y que dista mucho de su definición más básica.

El buen diseño no es para ricos, es para inteligentes

El diseño está de moda, es tendencia. No hay más que repasar la parrilla televisiva. Las ventajas para la profesión son impagables, tremendamente positivas y en muchos casos desaprovechadas. Particularmente nos ha reportado muchos beneficios (no económicos), satisfacciones y vivencias tremendamente enriquecedoras. Estamos tremendamente agradecidos por ello.

La exclusividad en arquitectura o en el diseño es una solemne tontería que sólo un inconsciente puede difundir hasta convertirlo en una pretenciosa realidad.

Pero no es oro todo lo que reluce. También ha traído cosas no tan buenas que lejos de ayudar al sector han contribuido a generar una idea bastante sesgada sobre nuestro mundo que a mi juicio nos está pasando factura. Se ha vendido la buena arquitectura y el buen diseño con el estigma de la exclusividad. Solemne tontería que sólo un necio puede defender y un inconsciente difundir hasta convertirlo, fruto del pasotismo generalizado, en una pretenciosa realidad. [Retuitear esta frase]

Recuerdo uno de los muchos documentales que he visto sobre Ferran Adrià (lo siento, otra vez Adrià en nuestros posts). El cocinero defendía los valores de los productos por encima de su economía. Para ejemplificar tajante aseveración Adrià citaba uno de sus platos creado con una simple sardina como principal ingrediente y planteaba una pregunta: ¿Qué es mejor? ¿Qué es más sabroso, una sardina o una langosta? De esa pregunta tan primaria podemos extraer interesantes conclusiones.

Con el diseño, la arquitectura y la construcción sucede algo similar. Tanto si pensamos en materiales constructivos como si pensamos en la arquitectura en toda su amplitud como nuestro producto, el precio del mismo puede ser un óptimo indicativo de valor, pero no garantiza mejor o peor resultado.

Volviendo al ejemplo de Ferran. Seguramente hayamos comido alguna sardina que nos ha sabido a caviar y alguna langosta que nos ha sabido a bocadillo de mortadela. El panorama actual televisivo nos ha vendido -ojo, no nos desviemos, sólo hablamos del pintoresco panorama arquitectotelevisivo– que si sólo tienes capacidad económica para comprarte sardinas jamás podrás comer bien, dejando esa posibilidad sólo para los más pudientes con capacidad para comprar las mejores langostas del mercado. Nada más lejos de la realidad.

De hecho, las posibilidades de comer un plato espectacular con Ferran Adrià a los mandos y con ingrediente base una simple sardina son infinitamente superiores a las que pudiera ofrecer algún otro «profesional» con los mejores productos de la sección Gourmet de El Corte Inglés. ¿El secreto? Talento, sentido común y honestidad.

Lo que me provoca cierta vergüenza ajena es la figura de profesionales y compañeros que con su presencia constante en estos medios han sido los principales instigadores de esa idea tan sumamente equivocada que hace temblar los pilares de la arquitectura en todas sus variantes.

Los verdaderos profesionales son aquellos que consiguen geniales resultados con los medios a su alcance.

Algunos profesionales se sienten cómodos, es más, «les pone” y quizá les interesa vender una imagen de arquitecto que construye “piscinas de oro para jeques árabes”, una imagen de decorador que importa sedas de una punta del mundo y muebles de la punta diametralmente opuesta, o una pose de diseñador que alardea de una cartera de clientes «famosos» como sus mayores logros y no sus proyectos o trabajos… Podría seguir hasta aburrir.

Me gustaría preguntarles a muchos qué opinan de un tal Charles Correa, arquitecto hindú medalla de oro del RIBA en 1984. Figura de referencia en el panorama de la arquitectura mundial contemporánea que destaca por su contribución urbanística en cuanto a ordenación del territorio y construcción de refugios de bajo coste en el tercer mundo y en las ciudades más pobladas de la tierra y/o con mayor índice de pobreza. A mi «me pone» más el Sr. Correa.

Lo peor de todo esto es que otros muchos profesionales con los pies en la Tierra se han sentido tremendamente acomplejados al no disponer de tan interesante anecdotario o de clientes tan maravillosos de la muerte ¡A dónde hemos llegado!

Los verdaderos profesionales son aquellos que consiguen geniales resultados con los medios a su alcance [Retuitear esta frase], sean cuales sean. Por encima de cualquier economía siempre estará el talento y ese, de momento, no tiene precio ni se puede comprar.

El bueno diseño y la buena arquitectura nacieron para resolver problemas a la sociedad.

La arquitectura, como el resto de bellas artes, no entiende de economía y es accesible a todo el mundo siempre y cuando esté respaldada por buenos profesionales e importantes dosis de sentido común y honestidad. A menudo empleo una cita cuyo origen desconozco: “el buen diseño es caro, el malo más”. Dicho esto, lanzo unas preguntas al aire: ¿Qué es caro? ¿Qué es barato? ¿Dónde se encuentra ese punto crítico donde algo pasa de barato a caro, o a la inversa?

Para mi, caro es aquello que no responde a unas necesidades concretas, algo o alguien que no soluciona un problema, que no consigue su cometido, independientemente de lo que pagues por ello. O que lo consigue de forma ineficiente, por ejemplo, con mayor presupuesto que otro. Y algo barato es todo lo contrario. Es decir, para mi conceptos como caro o barato no tienen nada que ver con el dinero, sino con el talento necesario para resolver situaciones de forma eficiente [Retuitear esta frase].

Dicho de otra manera y yendo al grano en el sector que nos ocupa. Un proyecto de interiorismo comercial es caro si no ayuda a un negocio a vender más y a mayor precio. Un proyecto de interiorismo comercial es barato cuando contribuye a aumentar las ventas y los beneficios. Y aquí es donde se aplica perfectamente la frase anterior, “el buen diseño es caro, el malo más”, con la licencia narrativa correspondiente, ya que en este caso, el buen diseño nunca sería caro, el malo siempre. A esto se refiere la frase.

Con este artículo no queremos engañar a nadie. Es tan imposible contratar a un buen profesional sin dinero como lo es hacer funcionar un negocio sin inversión y pasión. Hay unos mínimos y unas diferencias que valorar y respetar por el bien del talento. Pero repito, la economía no es un arma trascendental para hacer buen diseño.

Mira a tu alrededor, estamos rodeados de absolutas genialidades producidas, proyectadas o diseñadas con costes ridículos. Esa es la realidad, al menos en la que yo confío. El buen diseño no entiende de sectarismos sino todo lo contrario. El buen diseño y la buena arquitectura nacieron para resolver problemas a la sociedad [Retuitear esta frase].

Lo otro… es lo otro.

Imagen bajo licencia CC de Helga Weber en Flickr

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