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Comienzo el post de hoy por el final, por las disculpas. Aquellos que me conocen saben lo incómodo que me resulta hablar de mi, no soy nada dado al protagonismo que por otro lado necesita una profesión como la mía y gusto de permanecer en un segundo plano. Pues bien, si esperabas leer por aquí solo sobre arquitectura e interiorismo te pido perdón por teñir el blog con una vivencia quizá demasiado personal pero que sin lugar a dudas guarda relación con esta querida profesión. En mi caso lo profesional y lo personal no es que vayan de la mano, son un único elemento que el diccionario define como VIDA. Mi trabajo es mi vida y mi vida es mi trabajo, así de simple. Lógicamente todo ello acompañado por la gente que verdaderamente me importa, que es mucha.

Tajo en las venas (mi post más difícil)

En la mañana del martes 30 del pasado mes de abril me llamaba por teléfono mi amigo y colaborador habitual Héctor Santos-Díez, sin lugar a dudas uno de los mejores sino el mejor fotógrafo de Arquitectura de este país y responsable de todos los reportajes fotográficos de nuestros proyectos.

Héctor había recibido una llamada telefónica de una redactora de un importante medio de comunicación interesándose por las imágenes de un proyecto que sabía que nos traíamos entre manos pero que todavía no estaba terminado, y como es lógico no teníamos material gráfico para mostrarle. Por la temática del reportaje que estaba desarrollando y la filosofía de nuestro estudio, la redactora en cuestión creía que ese proyecto, a pesar de no conocerlo directamente más que por una conversación que mantuvimos meses atrás, podría encajar en el reportaje que estaba preparando y quería ver fotos ¡YA!.

Esta era la situación: Se nos presenta la oportunidad de que un proyecto nuestro aparezca en un importante medio de tirada nacional. El proyecto está sin terminar y por supuesto no hay material fotográfico. Estamos a martes y la redactora quiere ver fotografías el jueves, con el agravante de que el miércoles día 1 de mayo es festivo y no trabaja ni Rita, paradójicamente por ser el día de los trabajadores.

Ante este tipo de situaciones siempre respondo con la misma frase… grave error por mi parte.

No te preocupes, no hay problema.

¡¡Y claro que había problema!! ¡¡Y no uno. Sino muchos problemas!! Demasiados trabajos estaban pendientes de finalizar y difícilmente estarían rematados dignamente para la sesión de fotos que programamos finalmente para la mañana del jueves 2 de mayo. Tocaba «perderse» el festivo dedicado única y exclusivamente a poner bonito el proyecto para la foto, vestirlo en apenas un día y con la ayuda de… nadie. De locos.

Miércoles 1 de mayo. Como un festivo más mi despertador sonó a buena hora. El proyecto en cuestión es mi vivienda personal, en la que ya estoy viviendo a falta de esos pequeños remates. Comencé recogiendo, limpiando, colocando objetos decorativos, elementos de atrezzo y vigilando todos y cada uno de los detalles por mínimos que fuesen.

La salida desde la vivienda a la terraza exterior la preside un precioso ficus alto y de porte elegante, pero tenía un problema. La maceta de plástico que lo contiene, a pesar de alojarse dentro de un segundo recipiente más estético, asomaba demasiado desluciendo el resultado final ¿Solución? Cortarla, no había tiempo para sustituirla.

Me armé con un buen cutter, y mi ficus, su maceta y yo salimos a la terraza, por aquello de no manchar, y nos enzarzamos en una batalla de infausto final.

Fruto del ansia y las prisas comencé cortando el borde de la maceta demasiado apresurado y sin tomar las medidas de precaución necesarias. Mientras sostenía firmemente el cutter con mi mano derecha y la maceta con la izquierda, éste se salió de la línea de corte y como ya os estaréis imaginando se hundió profundamente en la muñeca de mi brazo izquierdo. Aquello no sangraba, parecía el chorro mayor de los jardines de la Granja de San Ildefonso.

Inmediatamente supe que la cosa era grave. Me asusté. La sangre que emanaba de la herida de forma prominente se percibía de un color tan negro y una textura tan espesa que hizo que por momentos me temiese lo peor. Intenté mantener la calma y obrar adecuadamente. Cogí lo primero que encontré para intentar taponar la herida, los restos de una cortina que acababa de colgar, y luego me hice un torniquete, lo había visto en algún sitio, aunque más tarde los sanitarios me advirtieron de que había sido un grave error que podía haber traído nefastas consecuencias.

Seguidamente llame al 112 y me pasaron con un médico que amablemente me indicó que taponase inmediatamente la herida con una toalla limpia, abriese la puerta de casa por si me desmayaba fruto de la pérdida de sangre y me sentase en una silla con la mano en alto a esperar a la ambulancia. Los escasos 15-20 minutos de espera se hicieron eternos y solo yo sé las cosas que se le pueden pasar a uno por la cabeza en momentos límite, sobre todo cuando estás solo.

Los sanitarios entraron en casa, retiraron la toalla y pude intuir su cara de asombro al ver el amago de torniquete que me había practicado.

Se lo he visto hacer a los toreros -les dije jocosamente para aliviar la situación.

Los toreros son unos flipaos, ni puta idea tienen de esto -respuesta merecida cuando vas de listillo en una situación que podía haberme costado la mano.

Me practicaron un fuerte vendaje para contener la hemorragia y me llevaron rápidamente en ambulancia al hospital. En estos momentos ya me había tranquilizado, la situación estaba controlada y ciertamente la herida ya no sangraba de forma tan brusca. Me preocupaba sentir la mano fría, síntoma no de la pérdida de sangre, sino del efecto del torniquete. Ahí es cuando comprendí el motivo por el que un torniquete debe ser el último recurso cuando ya se da por perdido el miembro.

Llegamos al hospital y enseguida me atendieron. Una vez limpia la herida no parecía demasiado grave, no había alcanzado ningún conducto importante. De todos modos, dada la zona en la que se había producido y la profundidad de la misma la sutura era necesaria. Por precaución me inyectaron una vacuna de recuerdo frente al tétanos y me metieron a quirófano, momento en el que llegó mi cuñada Mercedes, enfermera en el hospital Juan Canalejo de A Coruña, que se encontraba trabajando en aquel momento.

Me tumbaron en la camilla y la médico me advirtió -te va a doler. No soy el personaje más duro de la película pero tampoco me asustan demasiado estas cosas. Simplemente no me gustan, me resultan desagradables. Pero ahí estaba yo, tumbado en la camilla a punto de pincharme en la muñeca para inyectarme la anestesia y suturar la herida, mirando al techo y con las caras de la médico, dos enfermeras y mi cuñada mirándome fijamente a los ojos y de repente…. mi teléfono comenzó a sonar, como cualquier otro día, con Let Down de Radiohead por melodía.

Pedí permiso para descolgar por si fuese mi hermano Orlando que había quedado muy preocupado en su casa al no poder acompañarme, estaba solo con sus niñas ya que Mercedes, su mujer, estaba trabajando y conmigo. Pero no, era Oriol, otro buen amigo y colaborador del estudio. Llamada de trabajo.

Sin percatarme de la rocambolesca situación ahí estaba yo tirado en la camilla con una herida importante abierta en la muñeca, un médico empuñando una jeringuilla y tres enfermeras mirándome inquisitivamente y esperando a que terminase mi conversación sobre ¡¡renders 3D en arquitectura!!

Por la cara de Mercedes pude intuir que quizá no era el momento adecuado para aquella plática y tuve que poner fin a la conversación.

Oriol, te tengo que dejar. Estoy tumbado en la camilla de un quirófano y me van a coser un corte importante. Nada grave, luego te llamo. -Todavía puedo imaginar su cara de póquer.

Mientras realizaban las tareas de anestesia, sutura y demás puede notar como de nuevo mi teléfono, ahora ya en silencio, vibraba en el bolsillo. Esta vez de forma intermitente, menciones de Twitter supuse. Lo primero que hice nada más salir de la sala fue revisar el teléfono y cual fue mi sorpresa al encontrarme con una respuesta por parte del mismísimo Alberto Chicote (@albertochicote) a una serie de tuits, no recuerdo si del día anterior o de esa misma mañana.

Estos días he reflexionado buscando respuestas sobre cómo en situaciones, no quiero decir extremas, pero si de cierta gravedad, no consigo abstraerme de mi trabajo y soy capaz de descolgar el teléfono para hablar de infografías cuando me van a coser una mano, una muñeca en este caso, o salir del mismo quirófano tuiteando con Alberto Chicote. No es que me preocupe conocer la respuesta, simplemente es así, queda constatado, razonamiento muy gallego por otra parte.

¿Y a qué viene este rollo? Pues viene porque al hilo de esta situación he llegado a la conclusión de que solo hay dos tipos de profesionales. Mejores o peores, pero todos englobados en dos grandes conjuntos. Da igual el sector, da igual el ámbito o tipología, no importa el sexo, ni la nacionalidad, ni la edad… todo queda resumido a lo siguiente:

Solo hay dos tipos de profesionales, los que tienen un trabajo y los que tienen una pasión. [Retuitear esta frase]

Estoy cansado de aquellos que ante esta situación tan trágica que vivimos han adoptado un papel o una postura ante sus profesiones totalmente impersonal y carente de argumentos. Cansado y aburrido de aquellos que cada mañana se levantan y lo primero que hacen es lanzar un grito épico para cambiar el mundo, porque ya se sabe, ahora el optimismo inocuo vende. Cansado de aquellos que se aferran a la tendencia actual y dicen ser aquello que más creen que triunfa en el momento. Cansado de aquellos que simplemente van a donde el aire les lleva viviendo una vida que alguien elige por ellos como si fuesen marionetas que interactúan para regocijo de otros. Totos estos son profesionales que desempeñan un trabajo, nunca una pasión. Desarrollan un papel, pero según mi criterio difieren en mucho de otro tipo de profesionales auténticos y genuinos. Y sinceramente, lo digo con todo respeto y ningún atisbo de endiosamiento, no tengo motivos para ello. Este tipo de profesionales o trabajadores no son dignos de mi admiración, al menos no por lo que hacen profesionalmente.

No defiendo que una postura sea mejor o peor que la otra, simplemente me gustaría dejar claros los puntos discordantes. Mi única aspiración en la vida es ser feliz y hacer felices a los míos. La única posibilidad para alcanzar ese estado es seguir exactamente igual que hasta ahora por mucho que la situación actual haya cambiado tanto en los últimos años.

No voy a cambiar absolutamente nada. Por mucho que este país y la panda de mangantes que lo gobiernan echen todo por la borda sé que seguiré mi rutina de siempre, la de todos los días desde que con 23 años me hice autónomo para dedicarme profesionalmente a aquello que realmente me apasiona, el diseño de interiores. No voy a cambiar absolutamente nada porque muchos de mis compañeros, fruto del pánico, obren de forma desleal traicionando los valores más básicos de la profesión. No voy a cambiar nada porque el intrusismo haya alcanzado cotas verdaderamente preocupantes. No voy a cambiar nada por tener muchos menos encargos que hace años y a pesar de ello permitirme el lujo de descartar ciertos proyectos porque sencillamente no me identifico con ellos. No voy a cambiar nada cuando todas las mañanas lea en Twitter o Facebook a muchos profesionales diciéndome lo que hay que hacer para cambiar el mundo, con optimismo por supuesto y apretando los dientes, todo pasión. No voy a cambiar nada porque alguien me diga que tengo que hacerlo, porque lo único que realmente me preocupa es mi felicidad. Y solo yo sé lo que tengo que hacer para conseguirla, por encima incluso del dinero, del trabajo o el reconocimiento profesional.

«Se puede ser feliz sin talento, pero no sin pasión». José Narosky

Años atrás me marcó mucho un estudio recogido en el libro The Top Five Regrets of the Dying (Los 5 principales remordimientos de los moribundos), de la enfermera australiana especializada en cuidados paliativos Bronnie Ware. El libro se basa en las vivencias de Bronnie asistiendo a personas que saben que van a morir y solo reciben tratamiento contra el dolor. Por aquel entonces yo ya sabía o intuía cuales podían ser las conclusiones, pero contrastar mis sospechas con un estudio tan sólido reforzó mi filosofía de vida, y por ende mi filosofía profesional. Los 5 arrepentimientos más comunes según Bronnie Ware son:

  1. Ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer y no lo que los otros esperaban que hiciera.
  2. Ojalá no hubiera trabajado tanto.
  3. Hubiera deseado tener el coraje de expresar lo que realmente sentía.
  4. Habría querido volver a tener contacto con mis amigos.
  5. Me hubiera gustado ser más feliz.

De una u otra forma todos pueden tener relación con el trabajo. Como decía Jobs la única forma de no trabajar es dedicarte a aquello que te apasiona. Por otro lado difícilmente alcanzarás buenos resultados cuando trabajas por horas, por un sueldo, por dictado de otros o porque es lo que toca. La excelencia nace de las personas que trabajan con pasión y eso es lo único que las mueve ¡Qué importa el resto!

El principal activo con el que contamos las personas es nuestro tiempo. Puedes perderlo jugando a ser emprendedor, o repitiendo hasta la saciedad que eres el más guapo del lugar. Puedes adoctrinar con tu discurso una legión de seguidores e incluso puedes perder el horizonte y comenzar a dar palos de ciego. Pero debes saber que cuando llegue el momento, nada, repito, nada habrá tenido sentido si no has disfrutado con ello.

Sigamos con la sucesión de los hechos. A lo largo de la mañana salí del hospital y volví a casa. El vendaje no era demasiado aparatoso y el dolor tampoco era excesivo. Nada más entrar me fui directo a la terraza y ahí estaban para recibirme el ficus, el cutter, la maceta a medio cortar, las cortinas ensangrentadas y un buen charco de sangre en el suelo.

El susto había pasado y la vida seguía su curso. Todo debiera estar terminado para el día siguiente. Había dado mi palabra. Así que tuve que ponerme a terminar la tarea que había dejado pendiente, corte de maceta incluido, pero en esta ocasión con mucho más cuidado y con una sola mano.

El dolor se hacía más intenso a medida que forzaba la mano y sobre todo tenía una extraña sensación provocada por el corte todavía abierto, pero había que terminar sí o sí. Para mi es muy importante no fallar a la gente, ser fiel a mi palabra y al final lo conseguí, terminé a tiempo y la mañana del jueves día 2 se hicieron las fotos.

Anteayer recibí la noticia de que definitivamente nuestro proyecto ha sido seleccionado. En esta ocasión todo ha salido bien, pero no me habría desilusionado si la decisión final fuese otra. Disfruto con lo que hago y practico el desapego al resultado, al menos lo intento. El único reconocimiento que me interesa es el de mis clientes, y sus resultados.

Cuando veas el reportaje con el proyecto en cuestión y con el ficus presidiendo la salida a mi terraza, piensa lo que me ha costado que luciese así de bien, piensa por un momento en la pasión que hay detrás de cada rincón, de cada mueble, de cada ángulo, o de cada pequeño detalle como la maceta interior del ficus, que ni siquiera verás en el reportaje. Piensa en las horas de estudio, análisis y pruebas de distribuciones, disposiciones, colores. Piensa en toda la pasión que abraza un proyecto, por ellos incluso he derramado mi propia sangre.

De esta experiencia he sacado dos conclusiones importantes: Primero, me importa mucho no faltar a mi palabra y segundo, en mi vida, lo personal y lo profesional son uno, inseparables, indivisibles. Para bien o para mal y en cualquier situación. De aquí viene que nuestros clientes son nuestros amigos. No entiendo esto de otra forma. Repito, para lo bueno y para lo malo lo más honesto es que todos lo sepáis.

Este inusual solape hace que a pesar del desolador panorama nacional uno no quiera cambiar absolutamente nada para adaptar el estudio a los nuevos tiempos como otros han hecho. Estaría traicionando mis valores, mis principios y sobre todo, dejaría de ser feliz con lo que hago.

Cada madrugada del 31 de diciembre acostumbro a buscar un momento de intimidad para leer el poema Invictus de William Ernest Henley, no deja de ser otra confirmación más, al igual que el estudio de Bronnie Ware, de que hago lo adecuado con mi vida. La noche de la pelea con el ficus lo volví a leer y decididamente puedo seguir afirmando que “Soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma.”

Photo Credit: Steve Koukoulas bajo licencia cc

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