Sostenibilidad, ecología, eficiencia energética, lumínica y de otros muchos tipos ¿Quién no ha escuchado o pronunciado alguna de estas palabras en los últimos tiempos? Sin lugar a dudas, han entrado a formar parte de nuestro día a día y esperemos que por mucho tiempo. No obstante creo necesario precisar que si bien en la mayoría de casos se trata de concienciación y responsabilidad para con el planeta, en otros, que por ser menos en cantidad no dejan de ser importantes, simplemente se trata de una tendencia más, de una moda o caballo ganador al que conviene seguir.
¡Lo verde vende!
No hace mucho nos visitaba un comercial de una conocida marca de revestimientos cerámicos con un nuevo catálogo en el que presentaban baldosas cerámicas fabricadas a base de material reciclado, ya que el mercado demanda «incorporar productos ecológicos, ¡hoy en día lo verde vende!» Triste afirmación en cuanto al tono, pero para nuestra desgracia así es.
Son muchos los clientes que a la hora de presentarles materiales o acabados para sus proyectos se interesan por su composición, métodos de fabricación y otros muchos aspectos «verdes». Incluso aquellos elementos como un simple ladrillo, un tabique de cartón-yeso (pladur) y su aislante o una simple pintura, ahora se analizan y desmenuzan con ojo clínico para detectar el mínimo atisbo de insostenibilidad o perjuicio para el medio ambiente o las personas. Desde luego, nos parece una postura responsable y un gesto digno de alabar que honra a quien así lo siente y ejecuta.
Sin lugar a dudas, el propio mercado ha sido quien ha generado esa desconfianza a la hora de valorar materiales de construcción. Son muchos los casos de productos que han sido retirados debido a que no cumplían con unos mínimos de seguridad o sostenibilidad. Y ahí es donde radica el problema, en esos mínimos, ya que en estas cosas no debiera caber margen de error. O se cumple o no, pero ante una ínfima posibilidad de algún componente dañino, tóxico o que pueda dar lugar a complicaciones, se debiera intervenir para que este producto no llegará a los almacenes, distribuidores o cualquier otro medio que facilite que el susodicho llegue a formar parte de nuestras vidas.
Es de obligado cumplimiento para los técnicos que prescribimos materiales tener conocimientos, digamos generales, sobre los mismos. Pero llega un momento que no alcanzan lo suficiente en cuanto comenzamos a hablar de composiciones químicas, o simple y llanamente, resulta imposible conocer la procedencia de una piedra y su método, responsable o no, de extracción. A partir de aquí podemos liar la madeja todo lo que queramos y más.
Aunque nuestras intenciones sean buenas y esa concienciación, sincera eso sí, esté presente, en ocasiones resulta imposible tener la absoluta certeza de obrar en consecuencia. No debemos ser nosotros quien nos ocupemos de ello. Como antes anticipábamos, es el propio mercado y por extensión los responsables que lo vigilan quienes deben cumplir con este cometido. Eso sí, con determinación, rotundidad y sin medias tintas. O es SÍ o es NO.
Nuestra labor a la hora de elegir materiales constructivos debiera abarcar conceptos estéticos, funcionales y estructurales o de fabricación. Todo lo demás, necesario eso sí, debiéramos encontrarlo hecho. Es cierto que a día de hoy la situación ha mejorado con respecto al pasado, pero todavía perduran en nuestra memoria graves errores acontecidos que hacen que esa desconfianza esté presente.
En cuanto a la tendencia o más bien moda de «lo verde», nos gustaría recordar al gran Souto de Moura, «la buena arquitectura lleva implícito ser sostenible». Ante las palabras de un genio mejor me callo y transcribo literalmente un extracto de la entrevista que concedió Moura a Anatxu Zabalbeascoa de El País en 2007.
P. ¿Piensa que la sostenibilidad es un problema de ricos?
R. Es un problema de malos arquitectos. Los malos arquitectos se organizan siempre con temas secundarios. Dicen cosas del tipo: la arquitectura es sociología, es lenguaje, semántica, semiótica. Inventan la arquitectura inteligente -como si el Partenón fuese estúpido- y ahora, lo último es la arquitectura sostenible. Todo eso son complejos de la mala arquitectura. La arquitectura no tiene que ser sostenible. La arquitectura, para ser buena, lleva implícito el ser sostenible. Nunca puede haber una buena arquitectura estúpida. Un edificio en cuyo interior la gente muere de calor, por más elegante que sea será un fracaso. La preocupación por la sostenibilidad delata mediocridad. No se puede aplaudir un edificio porque sea sostenible. Sería como aplaudirlo porque se aguanta.
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