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En mi anterior artículo te hablaba de mi semana en New York y de lo que aprendí. En primer lugar, aprendí que no tenemos nada que envidiar a los neoyorquinos en cuanto a diseño y arquitectura se refiere. Y en segundo lugar, que el talento por si solo no es, ni mucho menos, suficiente para tener éxito en cualquier ámbito.

Te comentaba que tuve el placer de asistir en la sala Brooklyn Steel a un espectacular concierto de Dan Auerbach (The Black Keys), en el que de repente apareció un tal Robert Finley, al que muy pocos conocían, y nos dejó a todos con la boca abierta.

Aquí Robert Finley en el concierto junto a Auerback en la Brooklyn Steel el pasado marzo 2018

Robert Finley en el concierto junto a Auerback en la Brooklyn Steel el pasado marzo 2018. Fuente: Rolling Stone

De cómo un músico con talento acabó pilotando helicópteros

Tanto mis amigos como yo llevamos unos cuantos conciertos en las espaldas. Nos sorprendió no haber escuchado nunca su música, y más no haber sabido siquiera de su nombre. Finley es de esas personas tocadas por una varita. De esa gente que ha nacido con una misión en la vida y en cuanto abre la boca, se mueve o hace un simple gesto, rápidamente entiendes el porqué de su existencia.

Su voz es colosal y domina a la perfección todos los registros. Me impresionó tanto que a mitad de una de las primeras canciones que interpretaba con Auerbach tuve que sacar el móvil y teclear su nombre para saber quién narices era ese pedazo de artista, y en qué agujero me había metido yo durante el último medio siglo para ni siquiera haber escuchado sobre su existencia.

¡Medio siglo! Sí. Has leído bien. Porque el chaval Finley tiene ni mas ni menos que 63 años. Y a pesar de su descomunal talento interpretativo hasta hace bien poco era un perfecto desconocido en la escena musical.

Al salir del concierto, cuando leí este artículo no me lo podía creer. Entendí por qué ni mis amigos ni yo habíamos oído hablar de aquel artista de color, ciego, barbudo, con camisa estravagante, pantalones de cuero y sombrero de ala ancha.

Finley había sido piloto de helicópteros del ejército de los EEUU mientras su vista se lo permitió. También se ganó la vida como carpintero tratando de triunfar durante muchos años en lo que realmente le apasionaba, y en lo que él consideraba que debía ser su dedicación principal: la música. Pero la suerte le dio la espalda. Su impresionante talento no fue suficiente y a lo máximo que llegó fue a cantar en la calle y en alguna que otra fiesta privada.

Y desistió. Dejó de tocar. Sobrevivió entre martillos y helicópteros hasta que comenzó a perder la vista. Por obligación, volvió a coger una guitarra y disfrutar con su pasión por la música que, dada la situación, era una de las pocas cosas que podía seguir haciendo con rigor. Lo intentó de nuevo y, esta vez sí, lo consiguió.

Ahora tenía una historia que contar, un porqué. Era libre para crear, libre para soñar. La situación, el entorno, los medios sociales… también eran otros. Y el carpintero de Luisiana tocó el cielo. Y nosotros con él.

Dan Auerbach, quien disfruta del éxito mundial con The Black Keys, se puede permitir ciertos caprichos. Entre otros escribir, componer y producir todos los temas del segundo disco de Finley. Y ya de paso, promocionarlo integrándolo en uno de sus conciertos sorpresa. «Dan me tenía que recitar las canciones al oído hasta que las memorizaba porque ya no me da la vista», —declaraba Finley en una reciente entrevista.

Espero disfrutar de Finley, de Auerbach y de tantos otros músicos talentosos durante mucho tiempo, pero si algo me confirma esta historia es que el talento sin más no conduce al éxito. Puedes ser un genio, derrochar calidad por cada poro de tu piel, estar tocado por la varita, pero si el talento es lo único que puedes ofrecer no servirá, no llegarás a nada.

Talento y ‘universo circundante’

Nadie diría que Robert Finley fue un artista frustrado durante gran parte de su vida. Bastan segundos de escucha para percibir su inusual talento y sin embargo nadie, en sus 63 años, confió en él.

Me encuentro prácticamente a diario con clientes que me dicen que van a triunfar porque su producto es de una calidad sublime, porque son los mejores haciendo esto o aquello, porque su local es más grande, más bonito o está mejor ubicado, porque son capaces de vender a menor precio que la competencia… Y yo siempre les digo lo mismo: ¡no es suficiente!

Si quieres triunfar has de hacer 1.000 cosas bien, y lo más importante, el cliente ha de percibir que haces 1.000 cosas bien. Porque lo importante no es el producto, sino la percepción del producto.

El mundo está lleno de Finleys y en nuestras manos está saber reconocerlos y ponerlos en valor. La clave para que el talento o la calidad resulten percibidos radica en los detalles que los envuelven. Eso es precisamente lo que más se ve: el universo circundante.

Y Srs./Sras., aquí quería llegar yo… ¿qué es lo que más se ve en un negocio? Eso es, has acertado: el INteriorismo EStratégico. El INteriorismo EStratégico es el esqueleto del universo circundante de los negocios. No digo más.

Para terminar os dejo con el vídeo que yo mismo grabé pues sabía que la canción sería maravillosa. Y no me equivoqué. No está en mi ánimo difundir material de autor con derechos sino todo lo contrario, solo pretendo ilustrar el texto y apoyar desde mi pequeña parcela a personas talentosas como Finley.

Disfrútala y, si todavía no has alcanzado tus metas, al menos sé feliz en el camino. Eso es lo verdaderamente importante.

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